El Reporte

Entre mafia y pesca furtiva, ¿pueden los niños de Chacmochuch ser los guardianes de su laguna?

6 Oct. 2024 10:40 am

Este rincón mexicano que antes se usaba como cooperativa pesquera sufre hoy los efectos del crimen organizado y el tráfico de armas y drogas. El comité de vigilancia local quiere educar a la infancia para proteger sus casi 200 especies de flora y fauna

Ricardo Hernández | El País | Sistema Lagunar Chacmochuch | En el mundo de Candelaria hay mucho y poco a la vez. Candelaria Badillo Cocom, una niña de 10 años, convive con tiburones, cocodrilos y mantarrayas. Desayuna langosta, nada entre humedales y en el mar, duerme en hamaca bajo las estrellas y hasta duendes jura haber visto entre las miles de hectáreas de selva que la rodean. Y al mismo tiempo, por no haber, no hay ni un sólo columpio que haya colocado la autoridad. Es, por un lado, la desmesura propia, mística y silvestre de un Área Natural Protegida como esta: el Sistema Lagunar Chacmochuch, en el Caribe mexicano. Y por otro, la marginación de decenas de niños, niñas y adolescentes que viven aquí, en asentamientos irregulares a donde no llegan los servicios públicos básicos como escuelas, clínicas médicas, drenaje o servicio de luz eléctrica.

Lo de los duendes es difícil de creerle a Candelaria, medio chaparrita, morena, con pequeños lunares por todo el rostro y un poco enojona, según se describe ella misma, pero replica muy en serio: “Aparece ahí atrás de la casa y se quiere llevar a mi hermana”, dice mirando a Abileydi, de 8 años, que pone cara de ‘ya, cállate’ que da miedo.

El Sistema Lagunar Chacmochuch es una de las 10 áreas naturales protegidas (ANP) en Quintana Roo, de competencia estatal, decretada como Zona Sujeta a Conservación Ecológica en 1999. Inicia en Cancún y se extiende hasta el municipio vecino de Isla Mujeres. Casi 2.000 hectáreas de humedales, selva baja y mediana y amplias lagunas interconectadas al océano que son refugio para más de 3.000 especímenes de flora y fauna, incluido el almirante de manglar, un pececito barrigón del que se tuvo registro por primera vez en México en este sitio. Garantiza además la calidad de la barrera arrecifal adyacente, la segunda más grande del mundo. Un ecosistema que, sin embargo, sigue sin contar con su programa de manejo publicado, el documento donde se establecen las acciones para su protección, conservación, restauración y las restricciones a la ocupación.

Hay un camino de terracería que permite recorrer parte del sistema que nace en la periferia de Cancún y desemboca en Isla Mujeres. Es la frontera simbólica que marca el inicio y el fin del ANP, dice Gonzalo Aldana, representante en la zona norte del Instituto de Biodiversidad y Áreas Naturales Protegidas del Estado de Quintana Roo (Ibanqroo). De un lado, en la parte protegida —donde no debería verse más que naturaleza—, hay dos asentamientos irregulares y hasta un basurero que dejó de operar en 2005, pero donde se siguen tirando lixiviados, pese a las denuncias. Del otro lado, dos asentamientos irregulares más, entre ellos La Fortaleza, donde viven Candelaria y otros 16 niños y niñas con sus familias en diminutas palapas de lámina, cartón, madera y algo de concreto. La mitad de estos niños no va a la escuela. La luz aquí llega intermitente, vía diablitos, cables conectados sin permisos a la red de abastecimiento más cercana; el agua se extrae por pozos de los poco profundos ríos subterráneos tan característicos del sureste mexicano y a donde también terminan los desechos orgánicos por no existir cañería. Buena parte de la población en estas colonias se dedica a pepenar los residuos que los volquetes tiran ilegalmente en el ANP.

Todo lo que pase en los cuatro asentamientos irregulares –pese a que dos están estrictamente fuera del perímetro– tiene impacto sobre esta ANP, reconoce Gonzalo Aldana. Para contrarrestar los posibles daños, Aldana ha apostado por cambios desde las propias comunidades. Sabe que si se sensibiliza a las decenas de niños y niñas como Candelaria podrían ser los más amorosos guardianes de este ecosistema. De hecho, es un plan que lleva imaginando por años, desde la creación del Ibanqroo, en 2018, y que pronto podría ser realidad. “Este año los vecinos de Chacmochuch ingresaron un proyecto a través del presupuesto participativo municipal, que tuve la oportunidad de asesorar en la parte técnica, para poder crear un centro de control y vigilancia, que no sea sólo una casetita que luego quede al olvido, sino que al mismo tiempo sirva como un centro de enseñanza para la educación ambiental de las personas y de los niños”, cuenta el biólogo.

Los desechos, sin embargo, no son la mayor amenaza. Por lo recóndito, por su ubicación y el descuido institucional, este ecosistema es usado como fosa clandestina. “En este año nos ha tocado ver cuatro cuerpos. Uno todavía tenía su casco y su chaleco de construcción, estaba sumergido entre el manglar. Se veía que era un albañil. Escuchamos como lo estaban matando y al otro día, cuando llegó la Policía, fuimos a ver. Todavía estaba la sangre fresca”, dice Eugenia Chim, una de las vecinas. También es un sitio que forma parte de la ruta del tráfico de armas y droga y el tránsito de migrantes, sobre todo de cubanos, que llegan en lanchas al Sistema Lagunar Chacmochuch y navegan hasta dar con un pequeño embarcadero al interior de esta ANP, que hace años usaba una cooperativa pesquera, pero que ahora ha sido tomada por la mafia y el crimen organizado. La tarde del pasado 30 de agosto se veía en este lugar un vigilante a la entrada, una cabaña verde mordisqueada por el salitre y sobre la ribera de la laguna, 10 lanchas formadas.

Uno de estos botes es capitaneado por “Locochón”, que no trafica migrantes, sino que se dedica a otra actividad ilícita común aquí: la pesca furtiva, oficio que ha enseñado a sus nietas Candelaria y Abileydi como método de supervivencia para una familia en pobreza extrema. Según Lochochón, cada lunes parten de este embarcadero con destino a una playa virgen donde tienen hamacas en las que pernoctan hasta el sábado, el día en que retornan a La Fortaleza, cargados de producto marino extraído de la laguna, al interior del ANP, pero sobre todo del mar abierto, a unas 60 u 80 millas náuticas de distancia.

“Hay un caminito, donde te vas todo derecho con la lancha”, explica Abileydi. “Llegas a un campamento en la playa, y ahí ya nos quedamos y sacamos todas las cosas que traemos en la lancha, lo ponemos en su lugar y ya nos reunimos. Se hace de día, nos levantamos tempianito y vamos a pescar. Bueno, yo no salgo a pescar, porque… porque voy a momitar y me luele la panza. Pero a veces sí me meto a nadar y hay tiburones, pero chiquititos, no gandes, chiquititos, pero los espantamos”. Fue en una de esas expediciones que Abileydi encontró una tortuga, la cual adoptó y llamó Perdida, a la que dedica mimos y le comparte de su comida.

“Yo sí voy a pescar”, interrumpe Candelaria con aires de hermana mayor. “He ido a jalar redes, a pescar con anzuelo, he ido a agarrar chivita, así con la mano”, cuenta. También pescan langosta, pulpo, róbalo, mero, cangrejo azul y tortuga. Estos dos últimos, junto con el caracol chivita, están en peligro de extinción. Una parte de la pesca la destinan al autoconsumo, en una colonia irregular donde no hay tiendas de abarrotes ni mercados y donde los apoyos institucionales no llegan. El resto se lo queda el propietario de la lancha, que contrata a Locochón y a su familia para la faena para vender a intermediarios. Este tipo de actividad es tolerada por las autoridades por su bajo impacto y por lo inhumano que sería encarcelar a alguien que pesca para calmar el hambre de toda una familia, sostiene Gonzalo Aldana, quien bromea acerca de que un turista promedio en Cancún impacta más en su corta estancia que toda esta familia en una jornada mar adentro.

Guardianes comunitarios
La Fortaleza es fruto de un cúmulo de tragedias. En marzo de 2017, la Policía desalojó con uso excesivo de la fuerza a casi 100 familias que habitaban El Fortín –uno de los más de 200 asentamientos irregulares que hay en Cancún–, que nació por después de que operadores políticos del sindicato Antorcha Campesina trajeran a personas de fuera para invadir un terreno, con la promesa de que, si votaban por el candidato que ellos les dijeran y resultaba ganador, les titularían los predios ocupados, algo que nunca sucedió.

Tras el desalojo, furiosos, los afectados armaron un campamento frente al Ayuntamiento de Cancún como forma de protesta. La autoridad local respondió y aceptó reubicarlos a las afueras de la ciudad: una medida que se pensó como temporal, pero que se volvió permanente porque nunca solucionaron el asunto. El resultado fue que eliminaron un asentamiento irregular, pero nacieron otros tres dentro o a pocos metros del Sistema Lagunar Chacmochuch.

Conocedor de estos antecedentes, Gonzalo Aldana es categórico al decir que no es opción volver a desalojarlos. En cambio, él ha apostado por impulsar en el norte de Quintana Roo grupos de guardianes comunitarios, uno de los cuales está en Chacmochuch.

El líder moral del Comité de Vigilancia y Educación Ambiental Río Chacmochuch es Jesús Cahum, originario de Cancún, pescador desde los 5 años y fundador de una cooperativa pesquera a la que tuvo que renunciar por un cáncer que superó en 2017. Jesús dice que todo inició cuando lo invitaron a una jornada de limpieza del ANP, como parte de un programa de empleo temporal. Del primer día recuerda dos cosas: las toneladas de basura que sacaron y que aún tenía conectada una sonda que era parte de su tratamiento oncológico. “Desde ese día me enamoré de la naturaleza y desde ese día seguimos. Pero ya estoy cansado, la gente es muy apática. Hemos sacado toneladas de basura y nunca cambia nada. Cada que venimos está peor”, dice el hombre, quien vive en una colonia aledaña a la ANP. De acuerdo con una solicitud de transparencia, entre 2022 y 2023 se extrajeron de aquí 1.730 toneladas de basura. “Yo ya me cansé y ya decidimos que no vamos a volver a hacer ni una sola limpieza si la autoridad no se involucra para cambiar de de raíz el asunto”, narra Jesús, en referencia a la impunidad de los volqueteros que tiran los desechos aquí, pero también a la falta de acciones específicas para empoderar financieramente a la gente en los estos asentamientos.

El gran problema es que el Ibanqroo no cuenta con el presupuesto necesario para poder implementar este tipo de políticas y también hacer inspecciones de vigilancia y denuncia, dijo en entrevista su extitular, Rafael Robles, quien reconoció que estos guardianes voluntarios han servido para paliar la falta de personal del Instituto. Para ponerlo en perspectiva: en la zona norte solo está Gonzalo Aldana en la parte operativa que pueda hacer vigilancia y trabajo comunitario, entre otras tareas.

Por eso, Gonzalo llama a la autoridad municipal a que apruebe el proyecto participativo de los vecinos de Chacmochuch, con el cual planean emprender iniciativas para que, en un futuro, Candelaria y otras niñas y niños puedan dejar la pesca furtiva o de trabajar pepenando residuos para ofrecer caminatas, paseos en lancha u observación de aves para turistas: actividades remuneradas de muy bajo impacto que les permita salir de la pobreza al tiempo en que cuidan su entorno.

Reportaje publicado originalmente en la siguiente liga: https://elpais.com/mexico/2024-10-06/entre-mafia-y-pesca-furtiva-pueden-los-ninos-de-chacmochuch-ser-los-guardianes-de-su-laguna.html


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