Generación Z: no hay marcha atrás
Libertas Capitur
FÉLIX SARRACINO ACUÑA
La marcha de la Generación Z no es una protesta más. Es sólo una muestra de la ruptura de un amplio sector de la población con la tradición política de México. Con el presidencialismo caduco corregido y aumentado por el gobierno de Morena.
Miles de jóvenes salieron a las calles en Ciudad de México y otras ciudades del país, convocados por las redes y la solidaridad de sectores que entienden la necesidad de cambio. Los unió el duelo, la desesperanza, la indignación. Y les dan razón otras generaciones que los miran con afecto.
Pese a la propaganda oficial, símbolo del miedo y la incapacidad de este gobierno, no hubo partidos detrás, ni líderes visibles, ni discursos oficiales. Pero sí una manifestación contundente de ruptura histórica con un modelo ya agotado.
Quiénes son
La Generación Z, nacida entre 1997 y 2012, protagonizó esta movilización con símbolos propios: banderas de One Piece, consignas irónicas, carteles hechos a mano, cantos espontáneos.
Pero detrás de la estética, el mensaje fue claro: no aceptan la política de botín, la impunidad institucional, la simulación criminal ni el presidencialismo caduco que Morena ha reciclado como si fuera transformación.
La marcha fue también un homenaje a Carlos Manzo, presidente municipal asesinado en Michoacán, y a todas las víctimas de un sistema que en vez de investigar y castigar al crimen, lo solapa. Que en lugar de mostrar empatía con la víctima, la culpa y exhibe.
Repudio nacional al presidencialismo caduco
El gobierno practica la política del revés, recomienda ser pobre para no ser víctima del secuestro o la extorsión. Pide no tener más que un par de zapatos, pero manda a sus hijos a estudiar a Londres o de paseo a Japón.
Las vallas de tres metros de alto y hermetismo perimetral, que autoencerró a Palacio Nacional, hablan por sí solas del miedo y la incapacidad del gobierno. No las pusieron de gratis, saben que hay inconformidad y que no existe un interés político. Que es una lucha genuina.
Sin formación y con hambre vieja, la Esperanza de México dio un salto mortal hacia el pasado. Sigue repartiendo cargos como botín y sacrificando vidas como desecho, sigue usando el dinero público como patrimonio personal y pretende no rendir cuentas a nadie. Sigue dando de qué hablar.
El cañón de futuro
La marcha es un ensayo de futuro. Un síntoma de que el pacto de obediencia clientelar y paternalista ya no funciona. Pero el poder no escucha, no tiene esa habilidad que en un tiempo fue virtud, pese al autoritarismo. La dictadura perfecta, la llamó Mario Vargas Llosa.
La marcha de la GZ repudia un modelo de gobierno que no la representa, no la protege y no le ofrece futuro. El presidencialismo caduco no puede satisfacer a esta generación. Se identifica con todo lo que ellos rechazan: corrupción, impunidad, política de botín, deshonestidad. Insensibilidad.
Como en Nepal, donde la censura digital y el nepotismo detonaron una insurrección juvenil, en México la chispa puede ser otra: la esperanza traicionada. La marcha fue el principio de algo que aún no tiene nombre, pero que ya tiene rostro: el de una generación que no se resigna.
Parafraseando a Silvio y sólo para recordar la esperanza traicionada del régimen: la Generación Z viene matando canallas con su cañón de futuro.
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