La justicia no tiene dirección
OPINIÓN
Pablo Andrei Zamudio Díaz
El atroz homicidio del presidente municipal de Uruapan vuelve a recordarnos, con crudeza, que la violencia en México no distingue ideologías. Mientras el país llora otra pérdida inadmisible, persiste la vieja costumbre de reducir la política a etiquetas —izquierda, derecha, centro—, como si los bandos fueran capaces de contener el dolor o de ofrecer justicia. La realidad demuestra lo contrario: mientras discutimos direcciones, la impunidad avanza y la justicia se ausenta.
Quizá ha llegado el momento de dejar de predicar coordenadas políticas como si de ellas dependiera el destino nacional. La polarización se ha convertido en el disfraz del ego y en la excusa de los incapaces. Pero los derechos humanos no tienen dirección política: no son de izquierda ni de derecha, ni responden a una doctrina particular. Reclaman, simplemente, efectividad en su respeto y salvaguarda, la misma que hoy parece esfumarse en medio de discursos que prometen justicia pero toleran la impunidad.
El gobierno ha insistido en la meta de alcanzar cero impunidad y la materialización de la justicia. Y esa aspiración —más allá de ideologías y consignas— es compartida por todas y todos los que aman este país. Porque no hay persona que no desee vivir en una nación donde el asesinato de un servidor público sea un hecho que indigne, sacuda y movilice a todos, y no solo un episodio más en la crónica del horror cotidiano.
Basta ya de dividirnos por trincheras ideológicas. Ni la izquierda posee el monopolio de la justicia social, ni la derecha el de la responsabilidad institucional. México requiere de ambas, y de todas las miradas, para enfrentar lo que nos duele como país: la impunidad estructural que desangra nuestras instituciones y desdibuja el valor de la vida.
La justicia no se divide ni se predica desde bandos. Se ejerce o se traiciona. Su brújula no apunta hacia la izquierda ni hacia la derecha, sino hacia el respeto integral e irrestricto de los derechos humanos. La justicia, cuando es verdadera, es incluyente, indivisible y universal.
¿Y qué propongo?
Unirnos y defender juntas y juntos el mismo horizonte: uno que abarque el bienestar de todo el país, no solo el de algunos; no solo la perspectiva de unos cuantos; no direcciones limitadas, sino todos los ángulos y perspectivas sumadas en favor y beneficio del respeto irrestricto de los derechos humanos. Solo así —desde cualquier punto del mapa político, pero mirando y atendiendo la misma brújula de justicia— podremos construir el México justo que tanto anhelamos.
Y si algo debe quedarnos claro después de tanto dolor, es que nadie puede hacerlo solo. La justicia necesita manos, voces y conciencias dispuestas a actuar con decencia y valentía. No se trata de un llamado político, sino de un compromiso humano. Un compromiso que exige dejar atrás las etiquetas, reconciliar las diferencias y encontrarnos en lo esencial: la defensa de la vida, la verdad y la dignidad.
Cuando la justicia nos convoca, no hay bandos, solo una causa común: México.
¿Te sumas?
