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OPINIÓN
Pablo Andrei Zamudio Díaz

Hoy la sociedad siente repulsión al escuchar la palabra “política”. Y no es casualidad: durante décadas se nos hizo creer que política es sinónimo de partidos, intereses turbios y funcionarios que tratan el poder como botín. Así, al oír “política”, la memoria colectiva se llena de corrupción, promesas rotas y abusos disfrazados de servicio público.

Pero digámoslo sin rodeos: la política no es lo podrido. Lo podrido son quienes la deformaron para convertirla en disfraz de ambiciones personales y mercado de favores. La política genuina es otra cosa: es el arte de organizar la vida en común, de atender necesidades colectivas, de responder con solidaridad e igualdad de oportunidades.

La política no es enemiga del pueblo, lo son quienes han usurpado sus principios y la han reducido a herramienta de privilegios. Mientras ellos lucran con su nombre, la verdadera política —la de todas y todos— sigue siendo indispensable para recomponer el tejido social y devolver la confianza en lo público.

Quizá ha llegado la hora de dejar atrás la política de cartón y a los políticos de costumbre. Tal vez nos toca a nosotros, como sociedad, rescatar la política de verdad y devolverla a su lugar: en manos de la gente. ¿Estamos listos para levantar la mano?


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